jueves, 15 de septiembre de 2016

Los héroes de la caridad

Los almerienses que cerraron las heridas de la gran inundación hace ahora 125 años

Manuel León     La Voz de Almería


Hombres y mujeres que auxiliaron a las víctimas de la tragedia del 11 de septiembre de 1891.   

Ni el obispo Zarate ni el alcalde Jover, ni  los señores de la uva ni de la minería, ni todo los próceres del Circulo y del Casino juntos hicieron más que él en esos aciagos días. Se cumplen ahora, esta semana, los 125 años de los primeros socorros que se prestaron a las víctimas de la mayor inundación que en esta tierra ha sido -la del 11 de septiembre de 1891, donde perecieron más de una veintena de adultos y niños- y ha quedado casi en el olvido el arrojo hercúleo que demostró un no almeriense, un lorquino que hizo más que todos los almerienses juntos por redimir a los necesitados. Se llamaba Rafael Fernández Rodríguez de Soria y socorrió con más de 5.000 pesetas (en tiempos de reales y perras chicas) a las víctimas de esta  monstruosa tragedia.
Desde el primer momento acudió con su carruaje a la ciudad de la Alcazaba a rescatar a hombres y mujeres de la ciénaga, junto a su mujer Filomena Pérez Pastor Ladrón de Guevara y su hija Filomena Fernández y convenció a otros industriales murcianos para que colaboraran con aportes a la suscripción abierta para auxiliar a los más necesitados.
Este héroe de la caridad creó también de inmediato una tienda asilo con un comedor que daba pan y leche cada día a cientos de menesterosos que se habían quedado sin campos que labrar.
Filántropo
Por todo ello,  y por mucho más, fue condecorado este filántropo único con la Cruz de primera clase de la Beneficiencia.
Pero fueron muchos otros los almerienses que se convirtieron en pequeños héroes cotidianos en esos días aciagos en el que el agua había arrasado barrios enteros de la ciudad, la calle Gran Capitán, la de Regocijos, los tejares de la Rambla de Belén, el Colegio de Obispo.

Ramblas como la de Alfareros, la de Belén o la del Obispo  había empezado a cargarse de agua turbia cuando la mañana rompía despeñándose por los cauces, destruyendo maizales, arrollando árboles, tronchando alamedas y arrancando cortijos enclavados en las riberas de esa Almería aún decimonónica.
Cabos y sargentos
Allí estuvo el alcalde Francisco Jover y Tovar, el pionero en abrir un balneario en la capital, que calle por calle fue tratando de rescatar malherido; allí estuvo el diputado a Cortes Emilio Pérez, que da nombre a la Plaza Circular y el gobernador Francisco Maldonado. Y también nobles empleados públicos como el sargento Juan López Porcel que encaramado a un árbol pudo salvar a unos niños del Barrio Alto, al igual que José Ciuró, cabo de municipales que no durmió durante 48 horas según reza en su hoja de servicio.

Hubo también muchachas como Rosa López o Luisa López que fueron reuniendo retales y mantas para dar cobijos improvisados en el Asilo a cientos de ancianos que se habían quedado sin hogar.
Todo eso pasó hace ahora 125 años, en una de las peores tragedias que ha vivido esta ciudad de vegueros y tarantos y en la que se desataron impulsos de solidaridad como nunca antes se habían podido presenciar entre la gente pobre y la gente rica.
Cuando la calle Real fue el Tajo
Casi toda Almería, aparte de otros municipios como Albox, quedó anegada por las aguas turbulentas que descargaron del cielo esa mañana septembrina: una aparatosa tormenta que durante tres horas escupió 158 litros por metro cuadrado.

Más de veinte personas y decenas de desaparecidos perecieron en la tragedia. El desastre conmovió a la opinión pública española, con imágenes en la Ilustración Española y Americana en  la que se veían a familias embarradas, la fábrica del gas y de albayalde anegadas, las casas destruídas, la calle Real parecía el Tajo, la del Teatro, el Ebro.

A consecuencia de ello, el Gobierno ordenó el desvío de las ramblas que cruzaban la ciudad -Obispo Orberá y Alfareros- y su encauzamiento hacia la rambla de Belén.
Publicado en la Voz de Almería

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